Cuando tenía ocho o nueve años, mis hermanas, mi mamá y yo nos íbamos a Cieneguilla de paseo, pasábamos la noche en un lugar al que llamábamos "cabaña"; recuerdo que mi mamá pedía permiso al colegio para salir de Lima por una semana entera; desde el viernes hasta el sábado en la noche de la siguiente semana.
Una semana riquísima fuera de Lima, sin ruido, desayuno tempranito, aire fresco e incluso cocinábamos con leña en las mañanas…
Qué tiempos aquellos…eran como unas vacaciones anuales, sólo que mi mamá sabía cuándo y cómo.
Esa es una de las cosas que recuerdo con cariño de mi niñez, sin embargo, acompañado de la alegría iba la desilusión. Mi papá nunca viajaba con nosotras y yo (que en ese entonces no tenía ni la menor idea de los problemas que tenía con mi mamá), creía que la vida era felicidad, que al final del arcoíris había un gran cántaro de oro, que los ponys existían o que Papá Noel sí venía en navidad.
Pensaba que él tenía mucho trabajo, pues siempre lo veía despertarse tan temprano para ir a trabajar que lo consideraba un héroe, el héroe que nos dejaba durmiendo y regresaba cuando ya estábamos acostados, mi viejo era tan grande pero tan grande, un gigante diría yo, enorme ante mis ojos.
Esos sábado en la noche en los que ya debíamos regresar a casa, me entusiasmaba la idea de volver a ver a mi papá, pues suponía que nos extrañaba, insistía a mi mamá que se despida más rápido de las personas que nos acompañaban, que ya terminé de empacar con premura nuestra ropa, que se apure en firmar los papeles reglamentarios; aunque nunca se lo confesé siempre creí que él nos esperaría con los brazos abiertos y quizás, con la mesa lista para cenar. Tengo memoria fotográfica y juro que imaginaba que mi viejo cocinaba arroz blanco y esperaba a que llegáramos para sentarnos a la mesa.
Nunca sucedió (ni sucedería) eso.
Al retornar, su aspecto era de enojo, de colmo, de hastío…que equivocada puede ser la percepción cuando hay amor, cuando hay esperanza o cuando hay aprecio, de mi parte la hubo; de su parte ni una pizca.
Yo era niña algo tonta, creía ser la más astuta entre mis hermanas, las acusaba de ser pesimistas y parcas en relación a mi papá, creía ser la más observadora y terminé siendo la más ilusa.
Yo era niña algo tonta, creía ser la más astuta entre mis hermanas, las acusaba de ser pesimistas y parcas en relación a mi papá, creía ser la más observadora y terminé siendo la más ilusa.
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